lunes, 22 de octubre de 2007

Década del sesenta: despegue del cine cubano

Por Rubicel González
rubicel@ahora.cu

En los últimos suspiros de la
década de los cincuenta, el triunfo de la Revolución cubana trajo consigo una ola de reivindicación nacional; al suprimir de forma tajante la corrupción y el abandono político-social en que la república neocolonial había sumido a la Isla, haciendo sus estragos en la creación estética del cine producido en el país.

Un cine con escaso desarrollo, condenado a recrear temas y patrones creativos casi impuestos por la “elite internacional” y aceptados de manera mecánica y reproductora no solo por los creadores sino también por espectadores.

Quizás este sea primer y el principal factor para llamarle al período de 1959 a 1969 la “década prodigiosa”[1], una década de inicio, exploración y despegue fructífero para las futuras etapas de cine cubano. Nuestra Revolución, como proceso liberador y renovador de nuestra identidad cultural, les brindaba la posibilidad de exponer su obra ávida, dándole el espacio para abordar sus temas sin limitaciones o prejuicios que fueran en contra de la integridad estética, y sí como una propuesta interesante, fresca y actualizada que lo ligaba e insertaba estrechamente en el acontecer transformador que vivía el país. Así se expone en la revista Cine Cubano No. 54/55:

El triunfo de la Revolución Cubana abrió la posibilidad de abordar con el surgimiento de una cinematografía realmente independiente, si ataduras mercantiles, la tarea de promover, por primera vez en América Latina, la formación de un público, liberado de todo condicionamiento ideológico imperial, y de sus sucedáneos neocoloniales[2].

Otro acontecimiento que marcó esta etapa fue la creación del ICAIC el 24 de marzo de 1959, que le abrió las puertas a directores, guionistas, actores, camarógrafos, etc.., para desarrollar e incrementar el cine hecho en casa sazonado con los ingredientes de nuestra cultura.

Dos de las características pilares, a nuestro juicio, que justificaban los Por Cuanto de la ley que le dio origen al ICAIC dicen:

El cine debe conservar su condición de arte y, liberado de ataduras mezquinas e inútiles servidumbres, contribuir naturalmente y con todos sus recursos técnicos y prácticos al desarrollo y enriquecimiento del nuevo humanismo que inspira nuestra revolución.

El cine-como todo arte noblemente concebido- debe contribuir un llamado a conciencia y contribuir a liquidar la ignorancia, a dilucidar problemas, a formular soluciones y a plantear, dramática y contemporáneamente, los grandes conflictos del hombre y la humanidad.[3]

Estos aspectos quedaron demostrados a lo largo de la ejecución del accionar del ICAIC, no solo en las películas de ficción, sino también en los documentales, donde se han manejado numerosas temáticas correspondientes a la realidad económica, social y política de Cuba.

Todas estas ventajas y posibilidades que proporcionó el ICAIC logro aumentar considerablemente el número de cortos y largometrajes realizados en el territorio nacional, la nacionalización de los distribuidores, el intercambio-aprendizaje y el apoyo de directores extranjeros y la presencia de Cuba en festivales internacionales donde se obtuvieron disímiles premios.

Justo reconocimiento a la calidad, variedad y profundidad del cine cubano para adaptarse a las transformaciones ocurridas en la mayor de las Antillas, emergiendo así como una potencia cinematográfica de América Latina.

Cuba dejaba ser el consumidor de un cine seudocultural, violento, vano y ficticio para convertirse en la vanguardia, en la luz irradiante de las más puras tradiciones culturales, de las verdaderas creencias, aspiraciones y luchas de los pueblos latinoamericanos; en el realce del ser humano ante el Imperio avasallador y absorbente.

Sin embargo, lo que le aporta relevancia a la etapa de 1959-1969 según García Borrero es

Su constancia para integrarse-de manera sorprendente en una expresión tan joven-, al conjunto de discusiones que por entonces sacudía a la sociedad(…)nuestro cine se exhibe no como un mero compilador de imágenes, sino como un espacio donde confluían la indagación, la duda, la euforia creativa, todo ello subordinado a la sensación colectiva de estar protagonizándose algo absolutamente inédito en nuestra historia[4].

Desde nuestro punto de vista, es acertado afirmar el hecho que esa expresión era joven, muy joven e inexperta; pero llena de matices y suspicacias creativas en torno al lenguaje, locaciones, planos y planteamientos de problemas admirablemente inteligentes, de inquietudes y respuestas sutiles y satisfactorias al enfocarse como algo más, más allá de nuestra vida cotidiana.

Por eso cobró auge y tuvo su efecto y aceptación entre el público que hizo suyo una calle, un parque, una jocosidad casi natural y supo reconocerse en ese momento histórico, que supo apreciar los entretejidos y delicados ambientes psicológicos de los personajes en los conflictos de la sociedad.

Este cine nuevo se desprendió de una visión particularizada y comenzó un sentido totalizador, donde el protagonista no es el centro de la obra sino la voz, la diversidad ideológica puesta en sus contradicciones con las palabras y las conductas de las personas que interactúan a su alrededor.

De tal forma, al tener sentido de estar realizando algo sin precedentes en la historia del cine en Cuba (y del arte cubano en general) por sus exponentes principales, consideramos al cine de esta etapa como un producto que rompe el límite entre cultura de élite y cultura de masas; pues al componer y brindar propuestas tan reconocidas en la realidad de cada individuo, se crea un proceso de identificación estética, conceptual y formal con el espectador popular, y la siguiente puesta en valoración, de toma de criterios y decisiones que van moldeando al hombre no solamente como receptor pasivo de un mensaje, y sí como espectador activo.

La relación directa del público con la forma de crear, de la comunicación artística en el cine lo pone de manifiesto el fundador del ICAIC Alfredo Guevara: desmitificar el cine para toda la población; trabajar, en cierta forma, contra nuestro propio poder; revelar todos los trucos, todos los recursos del lenguaje; desmantelar todos los mecanismos de la hipnosis cinematográfica[5].

En este período hacen leyenda los filmes Historias de la Revolución, Cuba baila, El Joven Rebelde, Las Doce Sillas, La Muerte de un Burócrata, Lucia, La primera Carga al Machete y Memorias del Subdesarrollo, entre otras. Esta última, como prueba de la incesante y fructífera obra de estos años, es considerada como la mejor película de ficción cubana y catalogada en 1986, por la Federación Internacional de Cine Clubes, dentro de los cinco mejores filmes realizados en 1968, ocupando el lugar 88 de una lista de 150 de las mejores creaciones a nivel mundial.

Es cierto que no se puede emitir un criterio por una sola obra, sería ser absoluto y apresurado; pero el hecho está en que esta década fue el período de tiempo en que el cine-dignamente llamado cubano- inició una etapa de correspondencia y fidelidad con lo que Cuba necesitaba.


[1] Juan Antonio García Borrero: La edad de la Herejía. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2002, p.13

[2] Mario Piedra Rodríguez: Cine Cubano. Selección de lecturas. Editorial Félix Varela, La Habana, 2003, pp.88-89.

[3] Ibidem, pp. 5-6

[4] La Edad de la Herejía, p.67

[5] Piedra: Cine Cubano, p.92

lunes, 1 de octubre de 2007

Pensar en mañana

Por Rubicel González
rub
icel@ahora.cu
El planeta tierra convulsiona, la especie humana se define como un peligro para ella misma mientras no cesa de explotar
indiscriminadamente los recursos a cambio de una mayor contaminación. Gracias a la globalización, eventos climáticos mundiales de intensidad y naturaleza escalofriante son noticia por doquier y evocan el Apocalipsis de “El día después de mañana”; filme de catastrofismo que no dista mucho de un futuro si los países industrializados no cooperan con seriedad y voluntad para minimizar consecuencias.

Numerosos indicios y comportamientos prueban que desde la mitad del siglo pasado el clima terrestre empezó a padecer alteraciones y cambios con tendencias periódicas y cada vez más acentuadas según la localización geográfica. Así, observaciones arrojan un incremento en los últimos cien años de 0.74 grados Celsius de la temperatura global y en 17 centímetros del nivel del mar. A la lista se añaden sequías y precipitaciones prolongadas, derretimiento de hielos polares y cambios de salinidad en el océano.

Cabe entonces preguntarnos, a la par que reflexionamos y tomamos parte, qué es el cambio climático y quién es el responsable de que su amenaza impacte generaciones venideras. La primera interrogante no necesita de un concepto rebuscado, la podemos definir como: respuesta de la naturaleza a la creciente y sostenida contaminación ambiental con gases de efecto invernadero, que el hombre ocasiona sobreexplotando los recursos naturales.

La segunda pregunta podríamos darla por sentada, infiriendo al hombre como responsable, pero de esta raza la culpa recae en países desarrollados y transnacionales cuya política de consumo satura la atmósfera de dióxido de carbono y aerosoles antropógenos, protagonistas también de la abertura en la capa de ozono.

Durante varias décadas, con los Estados Unidos a la cabeza, la mentalidad capitalista rebatió las hipótesis del calentamiento global por mano propia. El protocolo de Kyoto, que basa sus páginas en el compromiso de reducir las emisiones contaminantes, también fue un peldaño en blanco por el Imperio.

Hace apenas unos meses, la descabellada idea de producir biocombustible, se mostró en manos imperiales como el pretexto perfecto para preocuparse por el medio ambiente. Otra hipocresía que nada se interesa por las naciones más pobres y necesitadas, cantera donde surge la materia prima y luego sufren sus consecuencias económicas, sociales o ecológicas.

Habría que preguntarle a sus “tanques pensantes” cómo piensan resolver el problema de la alimentación en los países subdesarrollados, éstos, dependientes de productos vitales para su dieta como el maíz. Qué harían del incremento y escasez de otros, la limitación de las áreas de cultivo; así como la garantía de no contaminar la atmósfera con plaguicidas utilizados para incrementar rendimientos?. La verdad se deja caer con todo el golpe de quien tiene el poder de manipularla, por eso muchos permanecen ciegos o pasivos.

Nuestro planeta azul se halla en una etapa determinante para la vida en próximas centurias. El incontrolable aumento poblacional que supera los 76 millones de habitantes por año, necesitará fuentes sustentables de energía y alimentos, realidad cada vez más difícil producto a los cambios que el clima ya nos muestra.

Cuba es un ejemplo de lo que puede hacerse en materia de energía, como dijera Fidel. La búsqueda de fuentes alternativas de energía limpia, la disminución de cargas contaminantes, aerosoles y el ahorro de combustible fósil son algunas de los resultados que el primer mundo debería implementar.

A pesar de los esfuerzos que en los últimos años se han desarrollado para frenar o mitigar las consecuencias del cambio climático, hoy efectos importantes de envergadura ecológica se observan en el continente americano.

Los glaciales de los Andes se derrite y la Amazonia pierde sus bosques hasta abarcar el 18 por ciento cuando termine este siglo; muchas especies podrían extinguirse y en Cuba los efectos incidirían ante todo en la agricultura con variaciones en los períodos lluviosos y secos. De ahí que, una de las medidas planificadas, sea la utilización de variedades más resistentes a la inestabilidad del clima.

Urge entonces salvar la especie humana, que el mundo tenga equidad y desarrollo por igual y su conocimiento científico y tecnológico no se convierta en el instrumento de destrucción puesto en manos de los ricos y poderosos. Es necesario, como dijera Fidel en la cumbre de Río en 1992, que “…Cesen los egoísmos, cesen los hegemonismos, cesen la insensibilidad, la irresponsabilidad y el engaño. Mañana será demasiado tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo”.